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miércoles, 6 de abril de 2016

Porque llorar por la muerte de un personaje no es algo nuevo

¡Hola a todos! ¿Pueden creer que ya estemos en abril? ¡El año está volando!

Hace unos días terminé Los 1001 años de la lengua española de Antonio Alatorre (del cual espero traerles pronto la reseña), es de ahí de donde procede la cita que les pongo a continuación y a partir de la cual desarrollo un largo comentario sobre la muerte de los personajes. Espero les guste :D

El testimonio de santa Teresa representa el de miles de lectores: “Era mi madre aficionada a libros de caballerías…; yo comencé a quedarme en costumbre de leerlos…; si no tenía libro nuevo, no me parecía tener contento”. (Como ahora se congregan las familias ante la pantalla de televisión, se congregaban entonces en la cocina, al amor de la lumbre, para oír la lectura de esos libros. Es famosa esta escena: llega un caballero a su casa y encuentra mujer, hijos y criados en la cocina, llorando a lágrima viva; pregunta la causa, y le contestan: “¡Señor, que Amadís es muerto!”). pág. 208.
En esta cita notamos tres cosas: 1) desde siempre ha habido apasionados por la literatura, 2) el acto de leer en voz alta, y 3) la conmoción que causa la muerte de un personaje al que se ha seguido en sus aventuras. Santa Teresa vivió en la España del siglo XVI y El Amadís de Gaula es el más famoso de los libros de caballerías. Una época en la que la alfabetización no era como ahora, la gente que no sabía leer se reunía con una persona que sí sabía y disfrutaba oyendo las historias más populares. Esta tradición de oír viene de la Edad Media, los juglares iban de un lugar a otro a contar las novedades, las aventuras épicas y los lances de amor, el público se acercaba a escuchar estas historias y el juglar, atento a las reacciones de los oyentes, modificaba el relato para mantener a su audiencia hasta el final.

Con el auge de la imprenta y la proliferación de la literatura las personas que sabían leer gozaban de bibliotecas y leían para sí mismos, pero también se daba el caso de que leyeran en voz alta para otras personas. Actualmente leer es un acto solitario, pero antes era una actividad colectiva, en El Quijote, por ejemplo, cuando están en la venta, hay allí una maleta con unos papeles que olvidó un estudiante, todos los que están ahí reunidos se congregan para escuchar su contenido; en cierto momento, el ventero menciona que hay alguien que luego viene a leerles. Como curiosidad, cabe mencionar que varias personas tenían por verdaderas las historias que escuchaban y que pensaban que personajes como Amadís realmente existieron, aunque hacen la pertinente aclaración de que fue hace mucho tiempo (en los Cuentos de la Alhambra, Washington Irving también cuenta que hay quienes creen que don Quijote existió de verdad).

En pleno siglo XIX con la novela de folletín a todo lo que da, cuyo público era principalmente el sector femenino, obras como El conde de Montecristo, Anna Karenina, Los bandidos del río frío y un largo etcétera, se publican por entregas, ahora vamos a la librería y compramos la novela completa, pero en este tipo de publicación el lector tenía que esperar capítulo a capítulo hasta saber el final. Esto no se ha perdido del todo, sólo que el lector de hoy va de libro en libro para terminar la saga o trilogía en cuestión, los lectores van tras el autor diciéndole que cómo es posible que haya dejado la novela con un final de infarto y con la noticia de que el siguiente tomo sale dentro de un año (si bien le va y no se trata de un George R. R. Martin o un Patrick Rothfuss –¡quiero ese tercer libro, Patrick!-). Pues bien, en esa época los capítulos quedaban en la parte más interesante y, como muchos saben, muy probablemente el siguiente capítulo pasara a otro personaje con un último párrafo igual de impactante y hasta mucho después uno se enteraría de lo que le sucedió a tal y cual. ¡Era una angustia permanente!

El lector de la novela de folletín es idéntico al de ahora, seguía la historia religiosamente y se encariñaba con uno de los personajes o le agarraba odio a otro. Le expresaban sus comentarios al autor sobre la obra y lo que esperaban que sucediese o no sucediese en ella, algo muy parecido a lo que los escritores de ahora leen en su timeline de twitter. La mayoría de las veces, el escritor, como el juglar en su tiempo, estaba supeditado a su audiencia, veía qué personajes eran los favoritos, cuáles eran los argumentos que más enganchaban y los giros que cautivaban a la gente. No es de sorprender que quienes seguían capítulo a capítulo estas historias lloraran por la muerte de su personaje favorito, si es que esta acaecía.

Poco después, a finales del XIX, sir Arthur Conan Doyle le dio al mundo uno de los personajes más emblemáticos que hay: Sherlock Holmes. Sus aventuras encontraron un público fiel que gozaba leyendo sus historias y que se sorprendía con su pericia para resolver casos imposibles para el individuo común. Este personaje ficticio fue otro Amadís, otro don Quijote, las personas realmente creían que existía un Sherlock Holmes y que tenía residencia en Baker Street, ¡hasta le mandaban cartas pidiendo sus servicios! Cuando Conan Doyle decidió matar al personaje, los lectores no lo recibieron muy bien, ante la demanda popular el autor tuvo que sacar del mundo de los muertos a Sherlock y devolverle su oficio.

En pleno siglo XXI el lector devora una novela tras otra, se enamora de los personajes y desea que estos fueran reales, de hecho, para muchos de nosotros lo son, ya que forman parte esencial de nuestra vida y eso les insufla la esencia suficiente para existir, y si no, pues ahí están las adaptaciones, en las que los actores que encarnan a los personajes pasan a ser en el imaginario colectivo EL personaje. Para el lector los personajes existen y por eso  alza su voz rogando al autor que no los mate o acusándolo de cruel cuando decide hacerlo. Creo que todos tenemos un cementerio con todos los personajes que amamos y que debido a que la obra lo requería, fallecieron.

“Porque llorar por la muerte de un personaje no es algo nuevo”, este título lo inspiró la cita inicial con la cual comienza este eterno comentario que más bien se va por las ramas y que trata de no olvidar que es el dolor que provoca la muerte de los personajes el tema central. En fin, yo he sufrido la muerte de varios personajes y, sorprendentemente para muchos,  he deseado la muerte de uno de mis personajes favoritos. Ustedes díganme, ¿han llorado por la muerte de algún personaje? les pediría que me contaran cuál, pero lo más probable es que sus declaraciones serían spoilers y sé que a muchos no les gustan, así que aunque yo no tengo ningún problema con enterarme de quién murió en x obra, mejor no le arruinamos la noticia a los demás. De todas formas, ¿qué les pareció la entrada de hoy? Ya saben que sus comentarios siempre me hacen muy feliz ^^

Gracias por leer :D

4 comentarios:

  1. Hola: efectivamente, en algún libro he llorado la muerte de algunos de los personaje sprotagonistas. Creo que me involucro demasiado en la trama y al final sufro cuando los protagonistas lo hacen. Acabo de descubrir tu blog y me gusta mucho la variedad de temas que tratas en relación con los libros. En este momento tengo un blog dedicado a los jóvenes y Educación que te invito a visitarlo: http://cativodixital.blogspot.com.es/ . Si quieres seguimos en contacto. Yo ya me hice seguidora de tu blog.

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    1. Gracias por tus palabras y bienvenida :) Ya te sigo en tu blog, tiene contenido interesante.
      ¡Nos estamos leyendo!

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  2. Sí, es hermoso el darte cuenta como desde siempre la literatura ha provocado y causado emociones en las personas. Llorar por un personaje o por el final de un libro o saga es catártico y liberador. Un abrazote

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    1. Exactamente. Y es increíble cuando encuentras a otros lectores que comparten lo que sientes y puedes compartir todo lo que te provocó una obra.
      Abrazos :D

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